Pacharán BASARANA: un amargo recuerdo

He de reconocer que cuando me apunté al curso gratuito de emprendedores del Club de Marketing no tenía mucha confianza porque todavía tenía en la memoria una frase de Bucay leída en un semanario: nada bueno es gratis. Y, aunque este personaje no me guste mucho, la verdad es que la gente que dice muchas cosas termina acertando con alguna.
Pero no fue está la ocasión: fue un curso entretenido y, aunque poco de lo escuchado podré aplicar al blog, por lo menos me permitió arrancar esta entrada.
El caso es que estoy en el curso y el ponente nos dice que el primer objetivo cuando estamos llevando un negocio es que nuestra oferta sea clara: lo contrario hará dudar al cliente, le dejará confuso y alejará su decisión de compra. Como todo lo trato de aplicar a mi terreno pienso que esto, al menos, lo tengo logrado: el mismo título del blog dice lo que ofrezco. Y pienso que en el mundo del pacharan todo es tan sencillo que la oferta siempre es muy clara y no hay lugar a la confusión.
Pero en ese momento recuerdo que he ido retrasando el momento de catar el pacharán Basarana. Y recuerdo la razón que ha impedido que una botella de Basarana llegara a la mesa de cata: la confusión. Y es que bajo una misma marca, Basarana,  hay tanta variedad de productos y formatos que resulta difícil saber qué está comprando uno. Nos encontramos con pacharán Basarana etiqueta blanca, pacharán Basarana etiqueta negra, licor Basarana 20 con etiqueta azul, licor de endrinas Basarana 20 con etiqueta marrón en botella de anís…
Hoy al terminar el curso me paso dedicido por un supermercado y, aprovechando que tiene poca variedad y sólo tengo que elegir entre etiqueta blanca o negra, me decido por el que debería tener más calidad, Basarana Etiqueta Negra. Siempre ha sido así hasta donde yo recuerdo: la etiqueta negra se utiliza como sinónimo de calidad o alta gama.

Lo que la endrina esconde: el amargor del hueso

Todos hemos comido más de un arañón. O más de una endrina, que con este nombre todos nos entendemos mejor. Y la primera vez que la probamos nuestra reacción fue la misma: un deseo repentino de escupirla. Por su intensa acidez, por la astringencia que nos deja lengua y paladar secos y ásperos... y porque a esa desagradable sensación en la boca se suma una sorprendente falta de dulzor. ¿Pero es que hay algún otro fruto así de áspero y sin ningún dulzor?
Aunque más tarde aprendamos a disfrutar de los arañones comiéndolos a finales de octubre para que estén bien maduros, la ausencia de dulzor hace que nunca los comamos en una mesa y, por ello, la parte del fruto que desechamos, el hueso, lo tiramos al campo sin oportunidad de fijarnos siquiera en él. ¿Merece la pena prestarle un poco más de atención? Seguro que sí.
Los huesos de los arañones pueden tener diferentes formas y tamaños: redondeados, planos con un reborde lateral o no, rugosos o lisos... Sin embargo todos coinciden en una cosa: la semilla que guardan en el interior. ¡Busquémosla!