Los endrinos comienzan el mes de abril en plena floración. Cuando andamos entre ellos
nos introducimos en un mar de flores blancas, nos sumergimos en una fragancia
de polen y miel mientras escuchamos el zumbido de las abejas a nuestro
alrededor. Queda claro que sus llamativas flores blancas consiguen su objetivo:
atraer insectos, necesarios para su polinización.
Pero
en cuanto pasan unos días comenzamos a ver cambios: las flores, hace poco de un
blanco radiante, comienzan a amarillear y a caer al suelo. Si el viento agita
las ramas vemos cómo una lluvia de pétalos se va desprendiendo de las ramas
para alcanzar el suelo. Y es que la vida de las flores del endrino es fugaz: un
día están blancas y atraen a las abejas, dos días más tarde ya están
polinizadas con la ayuda de las abejas y comienzan a amarillear y a
desprenderse de los pétalos. Los estambres, ya sin polen, se van secando, y el pistilo deja secar también su punta mientras que su base va engordando.
Viendo
la rapidez con que polinizan nos pasa desapercibida la importancia de las
abejas para conseguirlo. Pero sin ellas no podrían dar fruto porque los
endrinos necesitan polen de un endrino de otra variedad para conseguir fecundar el pistilo.
Me cuentan que se hicieron experiencias para demostrarlo tapando con malla fina
algún ejemplar para comprobar que, efectivamente, sin paso de polen de otro
arbusto un solo endrino no podía autofecundarse. Y por eso las primaveras
lluviosas o de mucho frío, sin vuelo de abejas, los endrinos tienen poca fruta.
Mientras que las primaveras cálidas, soleadas y sin viento una gran cosecha
está asegurada por el vuelo de millares de abejas.
Conforme
las flores se desprenden de sus pétalos podemos observar cómo sólo queda el
pistilo de la flor que, poco a poco, va hinchándose y tomando más visibilidad
con un color verde más intenso.
Aun
así hay muchas flores que quedan totalmente marchitas: los pétalos
desprendidos, los estambres y el pistilo secándose. Estas flores
quedan sin fruto y en seguida dejan a la vista las yemas de las hojas abriéndose
con su verde brillante.
De forma que, poco a poco, vamos percibiendo el tercer cambio de color del endrino durante la primavera: inicialmente lo veíamos blanco con la intensa floración, poco más tarde amarillento al ir pasándose sus flores, ahora torna al verde conforme las hojas van abriéndose y dando volumen a las ramas.
Observamos
las hojas de cerca y enseguida nos damos cuenta de lo acertada de su
descripción en los libros de botánica: hojas de forma lanceolada, con los
bordes finamente aserrados.
En poco tiempo las
hojas cubren todas las ramas y tenemos que buscar entre ellas los restos de las
flores ya fecundadas, todavía mezcladas con alguna flor blanca algo tardía. Pero
cada día que pasa es más fácil encontrar el fruto de la fecundación: los
pistilos van engordando y, desde mediados de abril, podemos reconocer una
pequeña bolita verde que sabemos continuará creciendo, mes a mes, hasta
convertirse en una endrina. Los vemos desperdigados por las ramas, también en
grupos prietos que parecen anunciar una buena cosecha.