Diario de un endrino: Enero

Comenzamos a leer este mes el diario escrito por el endrino. Es un diario algo distinto porque, como iréis descubriendo, está escrito de forma mensual. Pero si está escrito mes a mes no es un diario, dirá alguien. Bueno, tampoco creo que nadie esperara encontrar a un endrino escribiendo, digo yo, así que tampoco nos sorprenderá cómo lo escriba.

Porque es cierto, cómo iba nadie a imaginar a un endrino escribiendo un diario. Un endrino, esa planta espinosa que crece en los terrenos que los demás desprecian: ribazos, lindes de fincas y bosques; y al que nos referimos siempre como arbusto sin darnos cuenta de lo despectivo que puede parecer, tan sólo un poco por encima del matojo. 

El endrino, desde tan modesta posición, nunca podría pensar que tiene suficientes cosas que contar como para escribir un diario. Nunca pecará de orgulloso como la rosa, por ejemplo, tan pagada de sí misma que enseguida nos contaría lo delicada que es, los cuidados que tenemos que darle… y hasta nos convencería para cubrirla para que el viento no la perjudique.
 
El endrino, sin embargo, no tiene qué le proteja, y llega al invierno desnudo: las hojas ya las perdió con los vientos de otoño. Y estoicamente soporta la nieve, el frío, la lluvia…
Cuando paseamos en invierno cuesta distinguirlos en los ribazos, convertidos en una simple estructura leñosa casi cubierta de matas y zarzas. Pero si nos fijamos bien y los descubrimos es cuando mejor podemos apreciar  cómo sus ramas y pinchos parecen formar una armadura con la que protegerse.
Porque por los caminos y campos pasean corderos a los que nadie dibujó un bozal y se comen los brotes verdes de las hierbas y los arbustos. También cada año se comen los brotes tiernos de los endrinos, dándoles esa forma redondeada e impidiéndoles casi siempre alcanzar mayor envergadura. No pueden los corderos sin embargo llegar a lo que el endrino anhela proteger: las ramas interiores en las que crecen los frutos que asegurarán su reproducción. Para evitarlo tiene pequeñas ramas que lignifican formando auténticas espinas de madera que pinchan y arañan a cualquier animal, aunque sea humano, que quiera introducir su mano para coger un fruto.
Quizás por eso en enero todavía quedan algunos frutos en los endrinos silvestres. Los encontramos en
el interior del arbusto, tan protegidos por la estructura de pinchos que todos los respetaron.
Si cogemos uno de estos frutos vemos que está totalmente pasificado y seco: si lo rascamos debajo de la piel sólo queda el hueso. Lo soltamos y cae pesado al suelo: quién sabe, quizás el próximo año brotará un nuevo endrino.


¿Quieres leer todo el diario del endrino en orden?